Analfabetos digitales

Decía Txema Valenzuela que la información a toda velocidad se ha convertido en nuestra gasolina, un combustible que nos hace funcionar a tirones. Un símil elegido, tal vez, con la premeditada intención de definir el devenir humano como ese proceso de mecanización del que estamos siendo mitad partícipes, mitad víctimas.

El masivo consumo de información lleva consigo un arma de doble filo. Vivimos tiempos en los que la opinión impera entre nosotros. Opinar es, en cierto modo, la forma de marcar una identidad propia, aunque más bien el modo de opinar en la actualidad sea más propia de un autómata.

El desarrollo de las nuevas tecnologías nos ha conducido a un nuevo paradigma de entendimiento de la información. De manera masiva, información y opinión se transmiten por diversos canales, con una actualización inmediata de los diferentes modelos de representación. Las TIC y la presupuesta obligación que traen consigo, la de estar siempre conectado y al tanto de la última hora, nos están alejando de uno de los aspectos fundamentales del periodismo: la comprensión del mundo.

La disfunción narcotizante de la información masiva está eliminando todo reducto de pensamiento racional en la interpretación de nuestro mundo. Y no es una visión catastrofista, sería absurdo negar los beneficios de la interconectividad, pero también lo sería negar la mala gestión de ellas que tanto abunda entre los jóvenes y los que ya no lo son tanto.

Porque, dice Valenzuela, que se nos ha olvidado aburrirnos. Pero hay jóvenes que, naciendo en un entorno determinado, ni siquiera han aprendido la acción del aburrimiento. Es la paradoja de un modelo que parece incompatible con la generalización de la tecnología en nuestro ámbito de aplicación más cotidiano. Es el momento de promover un nuevo modelo que potencie la alfabetización de una sociedad que ha olvidado la lectura razonada, pausada y bien digerida. Las universidades, más completas que nunca en su historia, están llenas de una masa cuya crítica es cada vez menos consistente.

Tal vez, las generaciones anteriores a la nuestra, mantengan aún el placer de tomarse un respiro en su vida, pero quien ha nacido en la cultura del consumismo sin fin, tiene casi todas las papeletas para perder tal gusto. Es difícil salir de la infinita red de conexiones en la que estamos inmersos, pero la inmersión total nos está abocando a la pérdida de perspectiva. Los lectores tienen aún mucha tarea pendiente, pero el periodismo narcotizante solo la dificulta más. ¿Necesita el periodista realfabetizarse y reconciliarse con el entorno?

No hay que perder de vista que, aunque los métodos tradicionales hayan quedado, en su gran mayoría, obsoletos, la misión y el objetivo son los mismos: ayudar a comprender la realidad, informar e invitar a la reflexión pausada a aquellos que nos leen en busca de certezas ante un entorno tan tambaleante. Y para ello, los primeros que debemos volvernos cautos y cultos en esta nueva era somos nosotros. El silencio es una oportunidad de librarnos de ese ruido y estar frente a frente con la información, una información que necesita nuestra implicación en la reflexión.

José Medrano Juárez

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